Canuto culiao



El comienzo de 2015 no lucía mejor que otros años. Agotador. Recién había cumplido 18, pero no sentí ese alivio que creí que sentiría al cumplir la mayoría de edad, no mientras estuviera prisionero en mi casa. Mi papá se había largado de la casa cuando tenía 15, no lo culpaba por dejar a mi madre, lo culpaba porque me dejó solo con ella. 


Abandonada, solitaria y amargada, mi mamá se metió de lleno a su iglesia y de paso me arrastró a mi. Cada domingo, cada jueves, cada sermón, cada prédica era horrenda. Siempre supe que era gay y además no creyente, pero debía seguir ese juego porque sí, repasando el pasado sentía que no tenía más opción que esperar, al menos tenía amigos en el colegio con los que me podía sentir normal y no un simple “prisionero del pecado”.


Los problemas comenzaron justo ese 2015, por problemas económicos tuvimos que cambiarnos de casa e incluso de región. Llegue a mi nueva casa, luego de un mudanza eterna, cansado. Recuerdo que me acosté sobre mi cama pensando en cómo estar lejos de todo me iba a matar más rápido. 


Para colmo, mi mamá no quiso perder el tiempo y ese mismo día, aunque cansados a morir, fuimos a la congregación más cercana para conocer a los nuevos “hermanos”. Me llamó la atención la cantidad de personas como yo que ví, en contraste con mi antigua iglesia, aquí había más “juventud”. 


Allí fue cuando conocí a Abraham, el hijo de un amado pastor que había fallecido hace unos meses de un infarto (Voluntad de dios, supongo). El tipo no tenía más de 19 años, pero hablaba, se movía y vestía como alguien mayor. De terno impecable y ajustado, ojos cafés, al igual que su cabellera bañada en gel, olía como a Axe de chocolate y no ocultaba para nada una sonrisa perfecta, la que usaba para encantar a las ancianas devotas, las que se derretían por ese bombón, aunque no podía culparlas. Aunque chulo y todo tenía un encanto, muy similar a esos estafadores famosos engatusadores. 


Nos presentaron, me dio la bienvenida y comenzamos a hablar de inmediato de cualquier cosa. Yo no soy tan tímido como mi cara pareciera advertir, pero con este sujeto no podía liberarme bien, me puse torpe y todo.


Nos avisaron que ya debíamos ir a nuestros asientos porque la reunión iba a comenzar. Nos sentamos. Abraham fue el que inicio todo, era un orador maestro, con razón todas las señoras y jovencitas lo tenían en tan alto pedestal. Como era habitual, dio un discurso bíblico con boberías apocalípticas, pero no podía dejar de mirarlo, por primera vez me interesaba en esto. 


Era tóxicamente delicioso.


Y claro, Abraham, al ser el hijo de un pastor muy querido, tenía una vara alta que superar. Todo el mundo esperaba mucho de él, y a pesar de sus 19 años, se palpaba esa presión hacia que “eligiera” luego una muchacha para casarse, formar una familiar y seguir guiando la congregación. 


Las semanas pasaron y me entusiasme con este asunto de ir a reuniones. Llegaba temprano para ver si lograba compartir más con él. Nos hicimos bien cercanos. Mi mamá era la más feliz “el cambio de aire te hizo bien”, sí claro, me hacía falta otra cosa para que estuviera “bien”.


No sé porque creía que toda la congregación podía notar mis intenciones con el chiquillo, me sentía como la oveja negra, la manzana prohibida, el ángel caído. Nunca me importó mucho la verdad. Solo me interesaba una de las ovejas blancas.


Entre más agarramos confianza, Abraham me confesaba algunas cosas, o más bien se le salían. Me contó que desde que murió su papá las cosas se habían vuelto sumamente complejas, su mamá se puso completamente estricta, con suerte lo dejaba respirar. Me sentí muy identificado con esa historia, por lo mismo pudimos conectar tanto, ambos pasamos por lo mismo, de distintos modos.


A pesar del cansancio de Abraham, noté que él sí se creía todo el cuento de la Iglesia, le gustaba pasar tiempo allí, con los otros chicos y creo que el veía su futuro allí, aunque claramente no iba completamente bien. Para el, la mejor forma de distraerse de todo eso era el deporte, le gustaba jugar a la pelota, basketball o cualquier cosa que lo hiciera gastar energías, por eso era tan fortachón. 


Me costaba pensar en el de una forma más íntima. Cada vez que me pajeaba pensando en él, culeando con alguna mina de la iglesia, no lograba terminar (sí, ni siquiera podía pensar en él de formas “sodomitas”), me sentía que estaba haciendo algo incorrecto, me sentía sucio, cómo podía pensar en un “siervo de dios” de esa forma.


Pasaron las semanas y al final me sentí recompensado. Abraham me incluyó en su grupo de hermanos que jugaba a la pelota después de la reunión dominguera, jugábamos en una cancha que era parte de la Iglesia. Era pésimo, pero claro, todos eran tan cínicos como para decirme “oh el culiao malo”, así que filo, jugaba, nos divertíamos, me dejaban al arco, no todo fue tan malo. Me sentía muy dispuesto a hacer cualquier cosa por pasar más tiempo con él. 


Luego que terminamos, muchos hermanos se iban sucios a sus casas, total sus esposas sumisas jamás los retarían por llegar hediondos. Abraham y yo nos quedamos conversando al borde de la cancha, ni nos dimos cuenta de la hora y que no nos habíamos duchado. Todo estaba fríamente calculado para qué nos quedáramos solos, pero algo salió mal: el tipo encargado ya se había ido y dejó todo cerrado. Mierda, bueno será para la otra.


Luego recordamos que teníamos ese evento. Resulta que la congregación para no perder el interés de los más jóvenes, organizaba “fiestas” en distintas casas, obvio que sin alcohol, ni mucha diversión, pero era una oportunidad para que los que todavía no encontraban novio o novia, pudieran conocer a otras personas. 


-¿Nos juntamos más rato, entonces? - le pregunté

-Pucha, mi mamá no está en casa y no tengo llaves. 

-Ah, pero te puedes cambiar en la mía, te prestó ropa - le sugerí. 

- ¿En serio? bacán. 


Llegamos, caché que mi mamá ya se había ido a la reunión con las otras señoras.  Prendí las luces y lo dirigí a mi pieza, le mencioné que se duchara en ese baño, le pase una toalla y ropa limpia. Me comentó que tendría que ir a lo “comando” no más, nos reímos (yo moría por dentro).


La ansiedad me mataba, ¡qué saliera ya! ¿saldría con la toalla puesta? ¿saldría completamente pilucho? el corazón me latía a mil. Cuando sentí que se movía la manilla, intenté hacer como que estaba haciendo otra cosa, pero para mi desgracia, el hueón salió vestido, listo. ¡Qué paja! Tanto para nada. En fin. 


Le mencioné que me ducharía rápido para llegar luego. Entre al baño y caché que se le quedó la ropa sucia dentro. Entre parte de sus prendas encontré el slip azul que utilizó para jugar en la tarde. Sentí una tentación tremenda de levantarlos y olerlos, lo hice, y a continuación me pajeaba. Estaban frescos, como ese olor a sudor, pico y orina que jamás había olido tan indiscretamente. Noté que tenía manchitas blancas como de semen seco. Mish, el pastorcito se tocaba, no me pareció para nada raro, pero me prendió más. 


Pare bruscamente cuando lo sentí hablar, me sentí descubierto, pero no era nada, hablaba por teléfono con alguien, lo sentí como un llamado de atención. Deje el slip en el suelo y me termine de duchar: con agua helada para calmar los ánimos.


Salí rápido en toalla no más, él estaba sentado en mi cama, listo y peinado revisando su teléfono. Le mencioné que me vestiría rápidamente. Solté la toalla para terminar de secarme y noté que el amigo se acomodó de manera muy rara, no le presté mucha atención. Caminé hasta el velador para buscar un boxer, al frente tenía un espejo, donde noté al Abraham con su teléfono como tomándome fotos. Me di vuelta y apartó el teléfono al tiro, pero miraba para otro lado. Le hablaba, onda como para que me mirara,  lo hacía de forma muy esquiva y ahí me dio rabia. Onda, para el show.


Le pedí su teléfono, me lo pasó. Abrí la app de las fotos y me apunte el pico, y tomé varias fotos. Le tiré el teléfono en la cama. Se puso rojo y no me dijo nada.


-Ahí tenís po, si querís - bien molesto y algo caliente debo reconocer. -¿vai a decir algo?


Silencio. Yo en pelota de pie, este gil en mi cama. La escena para rara. Me miró, me pidió disculpas, se paró e intentó irse, lo detuve. Quería saber qué onda.


-Por fa, no me juzgues- me pidió casi quebrándose. 

-No podría… - y te juro que me bajó una pena. 


No dijo más, solo me abrazó como si se hubiese muerto alguien. Se deshizo en disculpas, que él no era así, que intentaba combatirlo, pero que era más fuerte. Parece que mi amigo no estaba cachando que se había topado con otro como él. 


-Oye, tranquilo, si yo te entiendo, créeme, mejor que nadie…


Con eso, creo que al final se dio cuenta. Le tomé sus manos, él sonrió sabiendo lo que iba a pasar. Nos besamos lentamente. Para ambos todo esto era nuevo, éramos torpes. No sabíamos muy bien qué hacíamos. Yo seguía desnudo, y mi pico emocionado se levantó. El lo notó. Le tomé nuevamente su mano y la dirigí lentamente hacia abajo. 


Se sintió aliviado, ambos en verdad. Solo tocaba, no hacía nada más, le hice un gesto como para que me pajeara, lo hizo. Apretaba fuerte, demasiado fuerte. sus manos eran gigantes, así que sentía que me la haría pedazos. Me queje despacio. 


En dos segundos más, el tipo ya estaba en pelota, respirando fuertemente, entusiasmado, ansioso, miedoso. Note que su pico no era muy grande, era más bien delgado, con harto pelo y cocos grandotes, pero ese abdomen, oh dios, los oblicuos. 


Nos aceramos y mientras nuestros picos se frotaban con fuerza, nos seguíamos besando, tocándonos, conociéndonos.  Nos arrojamos a la cama y seguimos con la cochinada, tocando hoyos por primera vez, picos, pezones. 


Afuera el frío congelaba todas las almas, así que no nos separamos los cuerpos para mantener el calor. 


Gracias al porno, supe que debía chuparsela. Baje en la cama, me acomode y se la mamé. Me cabía toda, sentía que ese era mi propósito en esta tierra, ni mil sermones me podía hacer sentir mejor que en ese momento. Con el pico del Abraham en la boca, me había ganado el cielo. Sentía como lo disfrutaba este otro, mojaba mucho. 


Él, sin embargo no quería bajar, lo que me indigno, pero se me pasó rápidamente porque noté para dónde iba la cosa: sin pedirlo y de forma natural, se dio vuelta en la cama, quedó acostado con el potito paradito. No dijimos nada, sabía dónde terminaríamos esto. 


No lo pensé, no lo medite, solo me lance a su poto. Le di un beso en un cachete, luego en el otro y finalmente le enterré la lengua justo al medio. Le tomé con las dos manos y se los separé para ver este delicioso pastel. Estoy seguro que él no se lo esperaba, no sabía que eso era una posibilidad en este nuevo y desconocido mundo, pero no tardó mucho en solo disfrutarlo. Me mataba que mirara para atrás y lo que viera fuera mi carita chupandole todo el poto, tocándole las bolitas. 


Ya no aguantaba más. Me acomode y me puse en posición. Le dije que se pusiera en cuatro, no me discutió. De a poco fui metiendo el pico. Fui cuidadoso, como no tenía lubricante ni nada, obligado a usar un escupito. Se quejaba cada centímetro, lo sufría. Me asusté que le estuviera causando algún daño. Le pregunté y me pidió que no parará, que siguiera no más. 


Ok, con luz verde seguí empujando, sin saber mucho que hacía. Era puro instinto. Todas esas sensaciones que solo sientes la primera vez me atacaban. Estaba tan apretadito. Llegue hasta su fondo o el límite de mi pico. Su espalda se expandía encima de la cama. Gozaba tanto. se quejaba, gemía cada vez que se la sacaba despacito. 


Ese juego mortal lo volvía loco, tomaba las sabanas con fuerza con sus manotas, sentía que quería gritar, pero no de dolor, de liberación. Peramos un momento.  Me asusté qué le pasará algo. Me acerque y a penas lo hice, me pidió más. 


Está vez se pusó para que se lo hiciéramos a lo misionero, costó un poco, le tuve que tirar las patas bien para arriba para meterle el pico, pero cuando lo hice, no esperé mucho, ya bien dilatado que le llegó de una hasta el fondo. Oh, allí perdí todo el ateísmo que tenía, si dios existía, vivía en ese potito delicioso. El con sus manos se intentaba sujetar los muslos gruesos que tenía, todo para poder recibir mejor mi pico. Su torso era el mejor estimulante. Le gustaba el contacto ojo a ojo. 


Lo empecé a pajear para que también gozará. El pobre no aguantó 2 minutos más. Se fue cortado mientras se la corría y se empapó completamente de su propia leche. La escena me dejó para la cagá, la saque y le tiré todo encima, quedo como una piscina de semen. Me derrumbé sobre su cuerpo, mi cabeza quedo en su cuello, él se reía, yo también. Jugamos un poco con los residuos que nos quedaron. 


Sonó el teléfono, era la mamá de Abraham para preguntarle dónde chucha se encontraba, porque buscando novia no estaba. Nos duchamos juntos de nuevo, nos vestimos y partimos al “carrete”. no nos despegamos en toda la noche, hablando de mil hueás, recordando lo que había pasado, pensando en cómo podíamos repetirlo.  


Y sí que lo repetimos, muchas veces. Solo hasta que Abraham decidió comprometerse con Anita...


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