Consejo de Conserje

La rutina de mi día a día es bastante simple. Me levanto a eso de las 7am. Nunca tomó desayuno. Veo cualquier noticia de cualquier matinal y parto a la pega. 20 minutos de micro. 45 minuto de Metro. Reviso Instagram: potos, potos, parejas felices (que me recordaban lo solo que estaba), viajes, viajes (que me recordaban lo pobre que estaba), mensajes inspirados y todos muy felices (que me recordaban lo amargo que estoy). Una paja. Mejor escuchó algo de música. Cierro los ojos para no darle el asiento a cualquier vieja que cree necesitarlo.

Camino unos minutos por Providencia antes de llegar al edificio. Compró una galleta y sigo. Entró al edificio y saludo a Edwin. Conversamos un rato de cualquier cosa. Según me contó había llegado solo hace un año a Chile desde Haití (aunque se manejaba a la perfección en español). Era el más alegre de todos los consejeres, sin comparación. Se tomaba su empleo con honor y lo hacía muy bien.

Es un tipo muy querido en el edificio, siempre muy dispuesto a ayudar, siempre con una sonrisa y no solo eso, es precioso el muchacho, tiene una sonrisa que cautiva a las señoras más conversadoras anti inmigración y levanta el ánimo hasta el tipo más amargo: como yo. No era sexy perse, era lindo, sus labios gruesos y sus ojos chiquitos eran de lo más tierno, como su naricita gruesa. Siempre tan impecable, con su uniforme ajustado, incluyendo su pantalón y su chalequito sin mangas.

Siempre que lograba toparme con él en el mesón, subía por el ascensor con una sonrisa.

La rutina era así y parecía que no se quebraría con nada, hasta que cometí el error más estúpido en mi pega, uno que todavía agradezco haber cometido.

Era un viernes, tipo 17:50 hrs, arreglaba mis cosas para largarme, tenía una serie en Netflix que terminar y un gato que alimentar. Antes de apagar mi computador, algo me hizo querer chequear mi bandeja de entrada. Error. Un cliente furioso se quejaba de un feroz error en una de sus campañas y había copiado a mis jefes en el correo.

Era algo serio, me había echado como 3 millones en un solo día. Todos en la oficina ya se habían ido, mientras yo seguía pegado en el computador redactando un correo de excusas. Pero de nada me iban a servir. Así que me quede varias horas tratando de arreglar la situación. En un momento colapse y salí a dar una vuelta. Vi una botillería y me compré un vodka para relajarme. A ver si me borraba de alguna forma.

Regrese y me encontré con el Edwin, todavía de turno. ¿habrán sido las 20hrs ya? ni idea


– ¿Qué haces todavía aquí huevón? – Con el Edwin nos tratamos así, era algo nuestro, pero solo en las tardes, ya cuando no quedaban muchas personas. Con su acento, el “huevón” se le escuchaba muy gracioso, ya sabes, esta tontera que tenemos en Chile de enseñarle garabato a los extranjeros.

– Sí, me queda un rato – le mostré el vodka

– Ahh, ¿de carrete en la oficina? – me preguntó.

– No, solo yo, estoy intentando buscar inspiración para solucionar algo, si quieres me acompañas cuando salgas – le dije en broma


Solo asintió riendo, sentí como no me tomó en serio y seguí a la oficina.

Me serví un puritano en frente de mi escritorio y comencé, puse música fuerte, abrí LinkedIn y busque ofertas laborales, pensando en que el lunes ya estaría sin pega. Tenía que olvidar rápido. Ya al cuarto cortito ni me acordaba, cantando entre los puestos, con la camisa fuera del pantalón, nada me importaba, hasta que escuché el timbre, conchetumadre. ¿era uno de los jefes que había vuelto a buscar algo? Escondí el vodka y partí a abrir.

Era el Edwin con su mochila. Me dijo que terminó su turno y si la oferta de un trago todavía seguía en pie. Sonreí. Lo hice pasar y conversamos un rato. Le conté lo que había pasado.

Me contó que cuando llegó a Chile, trabajó en La Vega durante un tiempo, allí se echó varias cajas llenas de huevos y lo echaron por eso. Se sintió frustrado, pero gracias a eso encontró mejores pegas hasta llegar al edificio. Comenzó haciendo aseo y como era más vivo que el resto fue escalando, hasta que se transformó en conserje y que aspiraba a ser el administrador, no dejaba de aprender y hacer nuevas cosas. Era seco el cabro, lo opuesto a mi, se notaba en él las ganas de crecer, yo en cambio, abnegado ya busca trabajo ante mi despido ficticio. Lo admiraba, mucho.

Le ofrecí unos cortitos y bajamos la botella completa entre los dos. Nos contamos toda la biografía, detalles que no importaban, primeras parejas, bandas favoritas de la niñez, cualquier cosa que me permitiría estar más tiempo con el.

Mi amigo comenzó a entrar en calor, se sacó el chaleco y se quedó con su camisa, oh dios, este tipo no iba al gimnasio, pero mostraba muy marcado. Se me hacía agua la boca. El copete no hacía más que aumentar las ganas de no sé, hacerle algo.

Terminamos hablando de sexo. Me contó que las chilenas siempre se le lanzaban, le proponían cosas y que él accedía, mejor que estar solo. Una vez se metió con la esposa de un tipo, mientras él observaba todo. El no se preocupaba, solo la pasaba bien.

Incluso confesó que cuando peor estuvo económicamente, tuvo que trabajar con striper en un bar de mala muerte en Recoleta, uno “fleto”. Era muy creíble, o sea con ese cuerpo. Pero me hice el gil, como que no le creía ¿para qué? para que me mostrará.

– Mentira hueón, esa hueá no paso jaja – lo molesté

-¡Sí, lo hice! – me rebatió riendo

– A ver demuéstralo – lo desafié y accedió.

– Ponga música…


Mi amigo ya estaba curado, al igual que yo. Puse unos temas bien malos. No se tardó en comenzar a bailar sexy. Me hizo sentar en uno de los sofás de la recepción y lentamente se sacó la camisa. Oh hueón, estaba tan caliente. Bailaba tan rico, movía las caderas tan sutilmente. Se me subió encima y me puso todo su paquete en la cara, estabamos cagados de la risa, pero se terminaron cuando se quitó el pantalón.

No pensé que llegaría a eso. Sin zapatos, sin pantalones, solo con un slip blanco apretado, tenso porque el chiquillo tenía la media erección, jugaba a que la sacaba, solo le podía ver la puntita y luego la guardaba. Era la media banana.


Quedé helado ante tal show hueón, le tiré las manos para agarrarle el torso. El me las tomó al ritmo de la canción y se las pasó por su pico. Cachaí cuando estaí tan caliente que te duele la guata heavy, ya, así me encontraba. Nos seguimos riendo para justificar el hueveo. Paró.


Se comenzó a vestir mientras me contaba cualquier otra cosa. Pero no lo deje. No sabía cómo partir todo, así que doble los rodillas y me puse en el suelo, como esperando la hostia del cura. “Amigo, no le hago a eso”. No pesqué sus palabras, seguí allí con la boca abierta. Como que la pensó dos segundos. Se dejó de poner los pantalones. Se quitó el slip y me chanto el pico en la boca, dando palmaditas con mi lengua.

Sabía muy bien cómo tratarme. Me tomaba con fuerza del pelo, pero sin empujar su pico, sino me mataba. Me comía su cabecita bien mojadita, seguía bien dura. Me la sacaba rápido de la boca, jugaba con mi ansiedad, “la queris, la queris”. Se tiraba el pico para atrás para que le chupará mejor las bolas. No le “hacía a eso”, pero sabía lo que le gustaba. Algo me decía que nunca dejo de ser striper, porque seguía bien depilado. Mucho más cómodo para mi. Aunque estaba arriba de una alfombra, ya me dolían las rodillas, así que le dije que se sentará y allí seguí harto rato. Me desabroche el pantalón y me comencé a pajear también. No me podía perder la situación. Entre más se la chupaba más olorcito brotaba, a pico, a sexo, a el cielo.

La verdad no esperaba más. Era feliz chupandole el pico allí, embriagado, poniendole bueno. Tratando infructuosamente de comerme todo ese pico, tarea imposible para los no entrenados, pero me esforzaba y entre tanto gemido, sentí que iba por buen camino. Faltaba el gran finale, quería su leche brotando y entrando en mi boca. Pero parece que ese no era el camino que Edwin quería tomar. No señor.

Me levanto, nos quedamos mirando ¿qué quería? un beso. No. Me acomodó encima del sofa y me bajo todo el pantalón hasta la rodilla y el boxer también, pero allí se tomó su tiempo. No tengo el pico muy grande que digamos, pero de culo, oh cariño, el poto lo cuido y no se lo prestó a cualquiera. Así que cuando descubrió mis cachetes, noté un “tss” una señal de sorpresa.

Creo que si hubiese estado sobrio, la hubiese pensado dos veces antes de hacer lo que estaba a punto de hacer. Su pico era más grande que un Axe chocolate, ninguno de mis ex daba con tanto anchura, simplemente no estaba preparado.

Gracias a dios recordé que guardaba un lubricante en la mochila. Trate de relajarme lo más posible. Sentí como sus manos gruesas me rozaban el hoyo con el líquido helado. No me iba a arrepentir ahora. Paré bien la raja y la puntita gruesa de su oscuro pico comenzó su entrada hasta mis entrañas. El dolor no era para nada insoportable. Pensé que sería peor, pero mi amigo era talentoso, no sabía como lo hacia, pero lo sacaba justo a tiempo, para volver a intentar adentrarse. Se tomaba su tiempo, no se apresuraba, solo cuando ya me tenía listo comenzó a darme más duro, cada vez más duro y cortito. Mi pico goteaba cuaticamente.


El sonido de su pubis chocando brutalmente con mi poto sonaba fuerte y demasiado rico. No hablamos durante todo el acto, no había porqué, nuestros genitales eran los mejores interlocutores.

Mientras seguimos dándole, yo en cuatro, pensaba: “me está culeando el Edwin”, qué hueá más bizarra y rica. Son esos milagros que solo provoca el alcohol supongo y habría que aprovecharlo.

Me paré, páramos. Le dije que se sentará. Me termine de quitar todo, le di la espalda y me senté en su pico, dándole la espalda. Ahora yo tenía el control. Me movía lento, mientras recibía unas nalgadas violentas. El hueón movía sus caderas para que me llegara más adentro el muy desgraciado. Se me cansaron las piernas luego.

Me tomó con sus brazos fuertes, me llevó hasta un escritorio (que no era mío) me dejó allí con el poto en la esquina y para adentro nuevamente. Esta me gustaba más, porque le podía ver la cara cuando me metía el pico, se notaba que igual la gozaba. El hueón no aguantó mucho más, se la sacó y me tiró todo su semen en el guata y pecho, era caleta hueón, hasta el cuello me saltó, me dejó una piscina de leche. Acabé como a las 5 segundos después, también dejando la embarrá. Jadeando. Con el hoyo abierto a mil, adolorido, cansado, sudado, satisfecho.

El Edwin apenas acabó, se fue a vestir, estuvo mucho tiempo en el baño, me preocupó. Salió al rato. Me vestí sin creer lo que pasó. Ordené, limpie toda la “cochina” que había salido, borrando evidencia. Nos miramos, nos reímos y quedamos en que esto no saldría de allí, igual ¿a quién chucha le iba a decir?.

Nos despedimos, él se fue primero, para que nadie sospechara. Yo solo pensaba ¿qué importa? me iban a despedir el lunes, así que filo. El asunto es que no me despidieron, el error no había sido culpa mía, sino de la plataforma. Mejor, porque con mi conserje nos seguimos viendo.

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