El Maestro I



Por semanas, la cocina de mi casa estuvo completamente “destruida” ¿por qué? Don Pepé, el maestro, que estaba a cargo de la remodelación, sufrió un infarto justo a la mitad de la pega, y mi vieja, como era buena persona, le había pagado todo por adelantado, así que cagamos, porque ahora no teníamos la plata para pagarle a otro maestro, menos le íbamos a decir a un hombre que casi se muere en nuestra casa que nos devuelva la plata.


Por suerte, don Pepé se mejoró, pero claro, ya no podía seguir trabajando como antes, así que contrató a un muchacho para que terminara la pega, su sobrino. Mi mamá tenía sus dudas, pero entre no tener cocina y no, no había mucho que pensar.

Así que un lunes cualquiera llegó Lucas, creo que tenía unos 25 años, moreno, medio tosco, medio ruliento, medio chascón, cara de pendejo, pero voz fingida de hombre maduro que tenía que hacerse respetar con las señoras, esa vibra me lanzaba, no se la creía, pero era simpático. Creo que a mi mamá le gustaba, se vestía y maquillaba cuando llegaba el muchacho.

Yo sólo interactuaba con él cuando le abría la puerta y entre cada llegada, creo que me iba gustando más. Tenía una sonrisa chueca muy linda, hasta la voz fingida me parecía atractiva, además que llegaba siempre con unos short super cómodos que a veces marcaba un lindo paquete, y una polera sin mangas que me dejaban ver sus brazos gruesos, era verano, así que gracias a dios.

La cocina era súper calurosa, porque le llegaba todo el sol de la tarde, así que de vez en cuando, mientras pasaba entre mi pieza y el living, lo veía sin polera, mientras gotas de sudor le recorrían el pecho hasta sus regiones más sureñas, arreglando unas cañerías, haciendo cosas “de hombre”. Cada día que pasaba, me pegaba más viajes para verlo. En las noches me pajeaba pensando en él, igual solo me quedaba en eso. La fantasía.

Ya faltaba menos para que terminará la pega y también para que yo volvería de vacaciones. Esa semana a mi vieja le cambiaron los turnos en la pega, así que tenía que irse antes que el cabro acabara su jornada, o sea, me dejaba a solas con él en las tardes. Yo feliz, aunque no sé porque, si tampoco es que le hablará mucho, me acercaba a ofrecerle bebida de vez en cuando, ahí me metía conversa, pero no atinaba más y me devolvía a mi pieza, no había mucho qué hacer.

Una de esas tardes, me sentía tan caliente con el hueón en la cocina, que me encerré en mi pieza y me comencé a pajear, no aguanté, me tocaba el poto pensando en él, hasta que me asuste de golpe, porque él Lucas apareció por la ventana, tenía las cortinas cerradas, pero no sé si me habrá cachado, necesitaba ayuda, así que salí corriendo, creo que se me notó que la tenía parada, no sé. Lo ayudé con una escalera y listo, antes de devolverme a mi cueva, a terminar lo que había empezado, me preguntó algo:

-Oye compita, aprovechando que no está su mamá ¿te puedo molestar con la ducha? tengo una cita más rato y no quiero llegar así de fuerte jaja

Le respondí que obvio, le pase una toalla y todo, me agradeció y se fue a la ducha. Ahora, la escena era peor: imaginarlo pilucho en mi ducha, limpiándose todo ese cuerpo exquisito, no, no ¡tenía que hacer algo! Se me ocurrió que podía espiarlo por la ventana del baño que daba al patio, solo debía colocar una silla encima de otra silla, lo hice, arriesgando toda mi integridad física. Por suerte el hueón miraba para otro lado, así que le mire todo el poto y como se lo limpiaba, pero cuando se dio vuelta, temí que me pillará así que salí no más, era muy arriesgado. Me sentí mal.

De nuevo me fui a la pieza a pajear, ya no aguantaba más, cuando de nuevo me interrumpió el hueón, ahora en la puerta. Salí corriendo, abrí la puerta y ahí estaba el hueón, con la toalla a la cintura, medio mojado y humeando, y yo así como, ya conchetumare, pa qué me haces esto, es tan innecesario.

-Socio, pucha, ¿me podrías hacer otro favor?

-Sí, obvio… – pensé que me pediría que le chupará el pico, pero no

-¿Puedes ir a mi auto a buscar un bolso? se me quedó ahí toda mi ropa limpia – me lo dijo así como sonriendo, ¿quién te iba a decir que no con esa carita? pensé, me pasó las llaves y partí.

Abrí el auto y… encontré un cadáver…

Nah, mentira, encontré el bolso y me tenté en abrirlo ahí en el auto, había una camisa bien fea, unos slip y condones XL, “shaaa”, la media voladita, y también un lubricante. Se me abrieron las luces ¿gay? tendrá una cita con un hombre? luego recordé que las minas también tienen anos y no era exclusivo.

Cerré todo y volví con el bolso, el hueón estaba en el living (todavía semi empelota), me agradeció y caché que se comenzaría a vestir ahí, así que intenté darle privacidad, pero me metió más conversa que me obligo a quedarme, me contó que el Don Pepe era su tío y otras cosas que no entendí, porque intentaba no mirarle la pichula mientras se quitaba la toalla, y fallé miserablemente, no era una pichula, era un imán para mis ojos, apenas se la descubrió me quede absorbido. Peluda, pero se notaba que se la ordenaba, cocos firmes, gruesa, muy gruesa, pero no tan larga.

Todo movimiento que realizaba, buscando cosas en su bolso, cualquier lesera, se movía tan lento que creo que lo hacía a propósito. Onda, ¿quién se pone los calcetines primero antes que el slip? ¿o la camisa?, me miraba y sentía que intentaba leer mis reacciones, o ¿sabía que su pichula tenía efectos sobre humanos en mi y quería usarme? ojalá hubiera sido eso.

Finalmente se puso los slip y pantalones, me preguntó cómo se veía, le dije que bien así como tosiendo e incómodo. Me comentaba que se juntaría con una mina que tenía onda hacer rato y lo tenía con los cocos azules, así que antes de salir me pidió que le deseara suerte.

Suerte le dije y se fue.
Quede algo movido, onda, muy caliente y confundido. Fui al baño a mojarme un poco la cara y caché que había dejado su ropa sucia en el baño, recogí su polera, tenía ese aroma de hombre con perfume barato y cigarro, sus short y sus bóxer negros, oh conchetumadre. No soy así, pero mi primer instinto fue olerlos y sentir ese aroma, noté que tenía todavía algunos pendejos y manchitas de semen, era el molde de su pico y estaba tan feliz, me fui a la pieza y me corrí al menos 3 veces la paja con esos boxer en mi nariz.

Trataba de revivir la escena en mi mente, el ahí parado, pilucho ya con la camisa abierta, pero con la tula abierta, obligándome a que se la chuapara, yo sin muchas opciones, bajaría feliz, su olor me hacia imaginar cómo sería sentir esa pichula en la boca, haciéndome sentir arcadas, todo bien mojado.

Y como el hueón era “hetero”, claro en mi fantasía solo me penetraba en el sofá, pantalón a la rodilla, pico pa’ adentro, sin amor, sin cariño, solo soltar la bestia con un escupo certero, y eso quería de él, quería su leche en mi hoyo, quería escuchar esa música de sentir sus cocos golpeandome el poto, quería imaginar su rostro de placer al metérmela así, quería ver su cuerpo sudar, pero quería ser el responsable, quería ser su esclavo, quería estar en cuatro, completamente sumiso, aguantando el dolor, aguantando el placer para no irme.

Pero no. Solo tenía a mi mano y mi imaginación y así trataba de controlarme a pajas.

Lucas terminó la cocina a la siguiente semana, me dio algo de pena no tener que verlo. Mi vieja quedo tan impresionada con el trabajo (o con él), que lo contrató más adelante para otro trabajo y… pues.

Lee la segunda parte aquí

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