Juan Pedro, ayudante espiritual I
Crecer en los 90 - 00 como bisexual fue bien extraño, primero porque no tenía idea lo que era, solo sabía que me gustaba la Natalia un día y al otro el Daniel. Por mucho tiempo pensé que era cola, pero no me calzaba ¿que hacía con lo que me pasaba con las chiquillas también?
Ahora imagínate crecer así siendo Testigo de Jehová. Recuerdo que mi primer beso fue como a los 12 con una amiga muy simpática, era de la iglesia y cuando los miembros se enteraron, armaron un revuelo de aquellos, prácticamente la había dejado embarazada. No pude acercarme a ella nunca más.
Imáginate tener 15 años, y lo único que quieres hacer es ver tele, salir con tus amigos, navegar por una web incipiente buscando porno, lo normal, pero no, eso no era para mi posible: dos veces por semana tenía que pasar 2 horas en el salón del reino (iglesia), y algunos sábados en las mañanas me veían predicando en una esquina. Algunos de esos discursos que escuchaba eran tan brutales, ponía mi mente a imaginar cosas, que podía ser libre, que ya pronto podría escapar, pero no, faltaron varios años más para poder escapar.
Recuerdo que una vez en una asamblea, realizaron una recreación para leccionar sobre la masturbación a los más pequeños. La escena reunía a un “anciano” (una especie de pastor) hablando con un joven que había confesado este terrible pecado, el “ayudante espiritual”, le ordena al muchacho a masturbarse ahí en frente de él, todos quedamos algo incómodo, en la representación obviamente el chico se negaba, a lo que el anciano le recriminaba, “es lo mismo que en tu pieza a solas, porque dios te esta viendo”
Qué estúpida comparación. Qué estúpido todos. Esa tarde sentí que perdí la paciencia con todos, me había llenado de rabia y te juro que camine con rabia pensando en mandarlos a todos al demonio, hasta que me topé con Pablo, uno de los ancianos que casualmente me caía bien, me saludo efusivamente y me presentó al Juan Pedro, un joven, más viejo que yo, de apariencia muy agradable, moreno, no muy alto, de ojos verdes, de pelo muy corto y ojos chiquitos, porque siempre estaba riendo, de camisa remangada y una corbata desaliñada (cosa muy rara en el equipo porque la apariencia es muy importante) noté que tenía un tatuaje en uno de los brazos, una señal más rara aún que la camisa para un testigo de jehová. El asunto es que Pablo quería que Juan Pedro siguiera con mis “enseñanzas” para que me pudiera bautizar luego, nos presentó y se fue.
¿Medio aburrida la sesión, no? - me dijó Juan Pedro
Sí… eh ¿cómo? - no podía creer que estuviera hablando mal de la reunión
Sí po, medio fome, yo la hubiese hecho distinta, más metáforas, no sé, algo que atraiga más a la gente, no hablar acerca de condenarlas ¿no te parece?
Sí, no, la verdad es que no sé, puede ser… - Estaba como medio incomodo, porque no sabía si me ponía a prueba, pero a medida que fuimos conversando, cachamos que teníamos hartas cosas en común y no sé, se fue ganando mi confianza.
Nos despedimos ya que mis viejos nos estaban esperando, como teníamos un auto más grande, teníamos que ir a repartir a alguna de las hermanas a sus casas. Me fui pensando en el cabro todo el camino, su sonrisa, su carita amable, su brazos tatuados medios fuertes. Mientras las amigas de mi mamá me preguntaban puras hueás, solo respondía sí, hasta que una desubicada culiá dijo algo de: “y pronto tendrás que buscarte una novia para casarte ¿no?”, no dije nada, solo la quede mirando y mi mamá como ofendida solo dijo: “no, todavía, no”, oh mamá, como te arrepentirás de esto más adelante, hubieras preferido que me quedara con mi amiguita del salón.
Esa semana le conté a mi mamá lo que Pablo me había dicho, que ahora este cabro me haría estudio bíblico, se quedó como pensando, y me contó la historia de Juan Pedro, el chico era el hijo de los Rodriguez, el mayor, a los 18 años se fue de la casa y se rebeló, fumaba “marihuana” (ohhhhh el pecado original) y había vuelto ahora, a los 25 años, como el hijo arrepentido, no hay historia que les gusté mal que estás de redención, el chico había sido expulsado y todo, pero ahora iba por el buen camino, bueno, ahora se iba a topar conmigo que voy de salida.
La primera sesión ocurrió esa misma semana, Juan Pedro llegó como a las 4pm, yo había regresado del colegio cansado, pero tenía que mamarme estas historias culias rancias que me tienen chato, aunque cuando pensaba en él y me daba curiosidad. Mi mamá lo hizo pasar, nos dio galletas y bebida y se fue a donde mi tía. Quedamos solos en esa primera reunión, repasamos algunos versículos, algunos libros que debía leer antes de “bautizarme” y todo.
Mira Abraham (yo ¿qué otro nombre podía tener? uff), yo sé lo que es ser joven y perdido, yo sé lo que es vivir esto, así que si tienes alguna duda, alguna consulta que creas que no puedas hacerles a tus papás, o los ancianos, cuenta conmigo - ohhh este ctm me tenía pero concentrado, aunque no le confesé nada porque obvio, 0 confianza todavía.
Pasaron las semanas, las clases, predicamos juntos, conversábamos por sms, comentamos las series que pasaba el Mega porque ninguno tenía cable. De verdad que nos llevábamos bien. Ya me gustaba ir al salón y que se terminara la cosa para compartir con él.
Recuerdo que las cosas se comenzaron a complicar un sábado, un sábado de predicación, y justo ese día el área que tocaba me quedaba cerca de mi casa, no así a Juan Pedro, que tuvo que moverse harto para llegar. Obviamente hicimos pareja, y en nuestra tercera casa, un viejo loquisimo, con una manguera nos dejó empanados, nuestras revistas arruinadas, y para qué decirte la biblia que pareciera que la fabrican con papelillos. Juan Pedro tenía buen sentido del humor y la verdad es que nos cagamos de la risa, el viejo se entró y los hermanos nos rodearon preguntándonos si estábamos bien, sí, nada grave, solo mojados respondimos. Así que a mi vieja (nuevamente, la de las mejores ideas del mundo), me pasó sus llaves para que fuéramos a la casa y nos cambiáramos de ropa, ya que el pobre Juan Pedro estaba tan lejos, además mis ropas le podrían caber perfectamente según ella. Normalmente soy de rebatir todo, pero no hoy, tomé las llaves y partimos a mi casa, la que estaba vacía, vacía.
Abrí la puerta, entramos, fuimos a mi cuarto, todavía nos reíamos, le pase una toalla y unas poleras para que se probara y un short de buzo. Fue al baño primero, pero dejó todo en la pieza, yo me comencé a desvestir, quede en boxer con la camisa toda mojada, cuando vi que llegó de vuelta, sin la polera, tenía marcado su abdomen y sus tatuajes eran más grandes de lo que pensaba, se sacó los pantalones y caché que venía en slips.
Ahí fue cuando todo cambió, cuando me paralice, pegado en su paquete, pegado en su cuerpo, el me quedo mirando en silencio así como “¿qué pasa?” pero no dijo nada, no dijo nada, solo se acercó muy lento, tomó una toalla y me comenzó a secar “te vas a resfriar” me susurró, partió con mi pelo, él era más alto que yo, así que solo lo miraba hacía arriba, como un hermano, un papá, no sé, tomó la toalla y me la paso por mi estomago, hasta llegar a mis regiones bajas, me quito el boxer con delicadeza y me secó el pico, hasta que se erectó, no sabía como reaccionar, él lo notó y no paró. Ahora se desvistió, me dejó ver su pico medio duro, era gordo y peludo, lo recuerdo tan claramente. Nos quedamos en silencio, viéndonos piluchos, con las pichulas paradas. Nuestra respiración salía con fuerza como niebla, sabíamos que algo iba a pasar, pero no podía asegurarlo, no quería dar el siguiente paso y ser rechazado.
Nos pajeamos ahí, en mi cama, duro, entre beso y beso, procuraba pajearlo con fuerza, tal como lo hacía él conmigo, quería estar a su altura, y creo que lo lograba porque me gemía sinceramente, yo hacía lo mismo, quería me tocara ahí, que me pasara sus manos por todo el cuerpo, por mi poto, por mi hoyo, por mis cocos, pero no había mucho tiempo: eyaculamos al mismo tiempo, casi. Mi semen virgen quedó en su estómago, y el suyo me llegó hasta el cuello, sentí que me brotaba como sangre caliente. paramos, nos miramos, jadeamos, no respiramos y nos besamos unos minutos más. No duró mucho la cosa, pero fue intensa, fue intensa. Cachamos que teníamos que volver. Nos vestimos rápido, él se puso mi polera y todo, ya no podía volver a predicar, así que decidí acompañarlo. Se habló toda la semana del crimen de odio de ese viejo culiao en la iglesia, yo se lo agradecí toda esa semana.
Con Juan Pedro, las cosas se pusieron raras, sí, porque no lo hablamos, no hablamos sobre lo que pasó. Para él, imagino que preferiría que la cosa no hubiese pasado, y a mi me dolía un poco. Porque claro, ya me había pasado los medios rollos con él. La vida siguió hasta el próximo estudio bíblico, mi corazón saltaba, porque sabía que nos quedaríamos a solas con Juan Pedro, y yo estaba dispuesto a todo.
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